miércoles, 2 de octubre de 2013

Entrevista del Dia



Daniel Marguerat, doctor en Teología, estudioso del Juicio Final



Somos los herederos de un cristianismo medieval que ha creado muchas fantasías sobre el infierno.

... Que ha utilizado el miedo al infierno.

Sí, un chantaje religioso para controlar a sus fieles, pero la Biblia no describe ningún infierno con gente cociéndose en un olla rodeada de demonios.

Es un miedo que se va actualizando.

Dicen los psicoanalistas que esa angustia medieval encuentra en nosotros un aliado porque corresponde a nuestras propias culpabilidades.

¿Cómo es su Juicio Final?

El texto nos dice que un buen día tendremos que dar cuentas de nuestra vida en primera persona, es una llamada a la responsabilidad, todo lo contrario de una infantilización mediante el chantaje religioso.

¿Qué implica ese Juicio si ya no se pueden subsanar los errores?

Dios nos plantea cuestiones sobre cómo gestionamos nuestra vida, cuáles son las consecuencias de nuestros actos y nuestras palabras: qué construyen. Eso es lo importante. La Biblia, contrariamente a los pórticos de nuestras iglesias románicas, no describe el Juicio porque no es importante.

Me sorprende usted.

El cuarto Evangelio dice "no esperéis a después de la muerte", porque es hoy cuando se está decidiendo si tu vida es una vida eterna o una vida superficial que no deja rastro.

No estar a la altura es el tormento.

Hay en cada uno de nosotros una parte inexpugnable de la que nadie puede disponer, un yo soy al que nadie puede acceder excepto Dios. No se repetirá jamás lo bastante fuerte: nadie puede disponer de lo que, de manera última, es el ser humano, ni tampoco encerrarlo en un saber definitivo. El juez más feroz es el que llevamos dentro.

Eso si se tiene la conciencia entrenada.

Creer en un Dios que juzga me libera de este juez que soy yo mismo y que tiene un efecto destructor. El judeocristianismo culpabilizarte es exactamente lo contrario de lo que descubrimos en el Dios bíblico.

¿Qué sabe del paraíso?

No hay descripciones, sólo imágenes. Tenemos una memoria de los muertos y eso, de alguna manera, les hace vivir, y para mí es una pista de que la vida del individuo va más allá de la muerte. Vivo gracias a todo lo que ha sido antes que yo y seguiré siendo después de mí. El más allá es el lugar en el que los muertos viven en la memoria de Dios, así entiendo la resurrección.

Al final todo se resume a un acto de fe.

En el Nuevo Testamento y etimológicamente, fe es confianza. Todo es una cuestión de confianza, no de creencia.

Confianza, ¿en qué?

Confianza en que lo que hago con mi vida no va a desaparecer. Pienso que la Iglesia debería poner de relieve la confianza en Dios, que es una confianza en la vida más que en dogmas que implican saber.

El Dios bíblico es justiciero y a menudo cruel.

Diluvios, castigos... son los actos que los seres humanos atribuyen a Dios en el Antiguo Testamento, pero en el Nuevo Testamento el amor de Dios es universal, ese es el cambio que se da con Jesucristo.

...

En el Génesis 9, Dios dice que con la humanidad quiere construir un mundo mejor, eso es lo importante, y es un Dios que no es perverso. Los relatos difíciles del Antiguo Testamento tienen que ser leídos con distancia. Me pregunto cómo hemos podido confundir a Dios con ese superpolicía interior.

¿...?

Cuando estamos juzgando, cuando hacemos del Juicio una noticia culpabilizadora, confundimos a Dios con ese juez interno, pero Dios no es ese juez interno.

¿El juez interno es nuestra ética?

Sí, es el superego que describen los psicoanalistas, pero no es Dios. Dios es liberador, no culpabiliza. La primera carta de Juan dice: "Si tu corazón te acusa, recuerda que Dios es más grande que tu corazón". Ya había comprendido antes que Freud que Dios no se puede confundir con el ego.

Dios, y nosotros, somos un misterio.

Así es, al intentar explorar mis caras oscuras, la sensatez lleva a reconocer que yo soy para mí mismo un misterio. Ese es un tema muy importante para mí.

Cuénteme.

Estamos convencidos de que conocemos a los demás, a nuestra pareja, a nuestros hijos... Y nos permitimos juzgarlos. Pero si digo "no, sólo Dios es el juez", reconozco que el otro es en parte un misterio para mí; está lo que conozco y hay otras cosas, a menudo esenciales, que no conozco.

Importante recordarlo, gracias.

Y también ocurre con nosotros mismos, hay muchas zonas oscuras que viven dentro de nosotros. ¿No le parece un regalo inesperado ver preservado ese misterio del ser?

Sí.

Contrariamente a lo que pensamos, dejar el juicio en manos de Dios es regalar al otro el hecho de que no pretendemos juzgarlo. ¡Un regalo magnífico!

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